viernes, 23 de octubre de 2015

El juego ese





querías ver, te tapabas ambos ojos para ver – René Daumal




Acuérdate del lanzamiento de la bola que partió el campo en dos, la helada de la madrugada
Del agua congelada  en el pico de la canilla del patio, dura como el dedo de un ahogado
Acuérdate no para volver allí sino para temblar por su incidencia en el hueso
En la lengua del canto
Acuérdate cuando vino desde el horizonte un viento que traía una mano que tocó tu hombro
El pájaro de tu hombro herido de alas rojas y de espera
El pájaro de tu pensamiento rodeado de espantapájaros, asustado, aterido, ensombrecido. Un golpe en el hombro. En la cornisa del cuerpo
Acuérdate del pavor en aquellas habitaciones y del lustro que subiste empecinadamente nada más que por subir porque el tiempo entonces importaba poco, verde en los ojos de la madre selva y las ramas recién brotadas
Acuérdate del lomo de los libros, menos brillantes que el lomo de los estibadores e igualmente al filo del río profundo, llegados en barcos cargados en sus bodegas con letras de plomo y tinta sin filtrar
Acuérdate del poema que te dejó duro. Jamás volviste a respirar. No pudo el aire conseguir su diafanidad hasta entrada la ausencia en la nada o viceversa
Acuérdate de la espalda y no del rostro
De la perspectiva que dibuja el camino cuando aún se puede ver el brillo de la piedra y los finos cables electrizando el cielo
Acuérdate de la vez que se perdió una niña y en la plaza florecían rosas negras y había ratas sentadas en los bancos en los que hasta entonces se sentaban estudiantes risueños, bulliciosos de ruido bello
Acuérdate querías ver, querías adjudicar a tus ojos el poder de materializar lo imaginado: te quedaste mirando un árbol que se convirtió en la columna vertebral de tus sueños
Los ojos, siempre cerrados, te vieron por dentro.  El juego fue ese: ponerle nombre, mover las ramas y que el mundo entero deje caer sus hojas





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