querías ver, te tapabas ambos ojos para ver – René Daumal
Acuérdate del lanzamiento de la bola que partió el campo
en dos, la helada de la madrugada
Del agua congelada
en el pico de la canilla del patio, dura como el dedo de un ahogado
Acuérdate no para volver allí sino para temblar por su
incidencia en el hueso
En la lengua del canto
Acuérdate cuando vino desde el horizonte un viento que
traía una mano que tocó tu hombro
El pájaro de tu hombro herido de alas rojas y de espera
El pájaro de tu pensamiento rodeado de espantapájaros,
asustado, aterido, ensombrecido. Un golpe en el hombro. En la cornisa del
cuerpo
Acuérdate del pavor en aquellas habitaciones y del lustro
que subiste empecinadamente nada más que por subir porque el tiempo entonces
importaba poco, verde en los ojos de la madre selva y las ramas recién brotadas
Acuérdate del lomo de los libros, menos brillantes que el
lomo de los estibadores e igualmente al filo del río profundo, llegados en
barcos cargados en sus bodegas con letras de plomo y tinta sin filtrar
Acuérdate del poema que te dejó duro. Jamás volviste a
respirar. No pudo el aire conseguir su diafanidad hasta entrada la ausencia en
la nada o viceversa
Acuérdate de la espalda y no del rostro
De la perspectiva que dibuja el camino cuando aún se
puede ver el brillo de la piedra y los finos cables electrizando el cielo
Acuérdate de la vez que se perdió una niña y en la plaza
florecían rosas negras y había ratas sentadas en los bancos en los que hasta
entonces se sentaban estudiantes risueños, bulliciosos de ruido bello
Acuérdate querías ver, querías adjudicar a tus ojos el
poder de materializar lo imaginado: te quedaste mirando un árbol que se
convirtió en la columna vertebral de tus sueños
Los ojos, siempre cerrados, te vieron por dentro. El juego fue ese: ponerle nombre, mover las
ramas y que el mundo entero deje caer sus hojas
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